30/5/08

Pequeños Corazones Sangrantes

Una mancha comienza a crecer impregnando la tela, comiéndose las hebras, tiñéndolas de rojo entraña.

El líquido caliente se desliza lentamente por las juntas de los azulejos, como si estuviese recorriendo un laberinto del que no hay una salida.

En solo unos instantes mi cuerpo queda inmerso en un charco de sangre que se expande lentamente.

Sentí cómo una braza metálica, caliente, me atravesaba el pecho. Sentí mi corazón convertirse en cenizas, en pequeños corazones sangrantes. Sentí mis gemidos convertirse en balbuceos. Sentí el cimbronazo, y ya no pude hacer nada.

La sangre se agolpa en mi garganta. Ríos de sangre. Mares de sangre se aglomeran en mi boca sustituyendo el sabor amargo de la muerte.

No quiero morir. No quiero vivir. Solo quiero no existir.

No cierro los ojos para verle la cara. Quiero preguntarle porque ha tardado tanto. Porque tuve que salir a buscarla.

Escucho los latidos del reloj desde la sala de estar. Los escucho reverberar en las paredes. Escucho el eco y casi puedo contar cuantas veces rebota hasta extinguirse. Que tonto soy. Ahora extraño mi sillón de felpa. Extraño mis libros y la luz tenue de la lámpara de pie. Mis pertenencias ya no me pertenecen.

Es mentira que se ven los recuerdos pasar frente a tus ojos. Es mentira la luz al final del túnel. La muerte es oscura. Es un pozo inmenso. Es la mismísima soledad misma.

Sé que se olvidarán de mí. Y solo en ese momento, en el momento preciso en el que el último de todos me olvide. Justo en ese instante, habré muerto para siempre. Por fin, habré dejado de existir…

Déjenme en paz. Olvídenme. Solo quiero no existir.